lunes, 12 de junio de 2017

Nada (en el despertar)

Hay unos seis modelos de marcapáginas (que voy renovando según me llegan, principalmente de las bibliotecas municipales) en la mesa donde reposan los libros que llevo a casa en espera de ser leídos. Para algunos, ya lo elijo en el momento de empezarlo, pues me he hecho una cierta idea de cómo es desde que lo cogí en la biblioteca o en la librería. Para otros, necesito leer unas páginas antes de asignarle marcador. Y, en una tercera clase, están los que no tengo muy claro cuál es el adecuado para compartir esos días de lectura y de trasiego. Es lo que me está ocurriendo en este mes con dos obras, una de ellas ya terminada y la otra recién comenzada.
La primera es Nada, de la escritora danesa (afincada en Nueva York) Jane Teller (1964), escrita en el año 2000, una vez que la autora había dejado su trabajo en Naciones Unidas, dedicado a la resolución de conflictos humanitarios en Tanzania o Bangladesh. No solamente a mí me ha sucedido esta desorientación. La trayectoria de la obra es significativa. En la salida dio pie a encendidos debates sobre la idoneidad de su lectura en gente adolescente, debido a los asuntos que plantea. Pero supera este escollo y se convierte en libro obligado en el sistema de enseñanza de Dinamarca, además de resultar exitosa en Francia, Noruega y Alemania.
A veces me parecía estar releyendo El señor de las moscas, el cual me deja un regusto amargo. Pero aquí la crueldad no proviene del liderazgo, sino de la convivencia en la pubertad. Jane Teller asegura que es un «cuento de esperanza y luz», cuya escritura le supuso una reordenación interior, un vaciado de sus demonios, al que da gracias «porque me hizo abrir todas las ventanas del oscuro, precario y tentador desván existencial que llevaba conmigo». El protagonista –Pierre Anthon– puede abrirte los ojos a lo sorprendente de la vida, cuando no la reprimimos con artificiales y autoimpuestas reclusiones.

La segunda obra, El despertar, de la joven vietnamita (residente en Francia) Line Papin (1995), todavía está sin asignarle marcapáginas. Por de pronto, la publicidad que le han puesto (tomada de Livres-Hebdo) me resulta tan sin sustancia como la mayoría de críticas que acompañan a libros, pinturas, esculturas, etc. «seductora polifonía de hierática sensualidad».

4 comentarios:

  1. ¡Ay! uno de esos razonamientos que nos amargan la adolescencia.

    Saludos.

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  2. Y que lo digas, Anónimo. Esas dudas que parecían de nunca acabar.

    Saludos.

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  3. Interesante tu reflexión, pero especialmente me has despertado la curiosidad con tus marcapáginas y la elección de uno u otro en función del libro, qué bueno.
    ¿Marcapáginas, son puntos de libros? Yo les llamo así y no había escuchado llamarlos así.
    Un beso

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    1. Pues sí, Conxita, son puntos de libros. Por aquí se llaman marcapáginas. A mí me resulta un elemento más de la lectura.

      Me alegro de que te resulte interesante el comentario de la obra.

      Besos.

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