miércoles, 17 de diciembre de 2014

Cantares

Escribe La Mettrie (1709-1751) en el discurso preliminar a sus Obras filosóficas: «Nuestros escritos no son para la muchedumbre otra cosa que cantares». Y, sin que tenga mucho que ver, ello me recuerda una situación del verano pasado. Estábamos en una casa de montaña un grupo de unas veinte personas pasando el fin de semana. En la noche del sábado salimos al fresco y nos pusimos a cantar. En fin, intentamos cantar, pues la mayoría no seguíamos las letras y acabábamos con el lalalala. Entonces, Marlen, una chispeante alemana, con su deje teutón, dijo: «Cuando yo llegué a España, se cantaba en todos los sitios».
Y es verdad, pensé. Cuando niño, al andar por las calles, escuchabas los cantos de las mujeres saliendo por las ventanas de casa y las chicas siempre cantaban en sus juegos. Los hombres lo hacían en las faenas. Y qué decir de los mozos en la cantina, después de merendar los domingos, donde siempre había alguno que comenzaba Cuando yo me emborrachaba / mi madre me iba a buscar…, acompañando de seguido los demás en su lamento, que también era de llamada a «aquella». Algún vestigio ha quedado en la ronda por los terrizos de las fiestas de agosto, cuando ya los ahora casados, al haber apurado tres o cuatro vasos con melocotón, se atreven con los oxímoron de Que la nieve ardía. / En el alto del Moncayo / soñé / que la nieve ardía. / Y por soñar imposibles / pensé / que tú me querías.
Y a ello nos entregábamos en muchas de las ocasiones de la época de estudiantes, paseando por la alameda pensando Cuando en la playa / mi bella Lola / su lindo talle / luciendo va. O al tumbarnos boca arriba, en las noches de primavera, en lo alto de la escalinata (ya desaparecida) de la catedral vieja para contemplar con comodidad las estrellas, La torre de mi pueblo / no la puedo olvidar. Por no hablar de Víctor Jara o de Santa Bárbara, que eso daría para otra anotación.

Mientras esto escribo, escucho Wish it was true de The White Buffalo, con los auriculares. Pero mi garganta está más seca que antes. Pues a estas cavilaciones me derivan las palabras del autor de Historia natural del alma y Discurso sobre la felicidad.

3 comentarios:

  1. Lástima de canciones perdidas, yo aún me dejo llevar, pero las voces están huérfanas sin la música, y ni siquiera hablamos del baile...

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  2. Qué bien, Esther, continúa conservando la costumbre.

    Saludos.

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  3. Esa vivencia de la música, creo que hoy se ha perdido. La música reúne y divierte, anima a la gente. Y eso es suficientemente bueno.

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