viernes, 26 de diciembre de 2014

Alegría de estar viva

Dice así el papel doblado que hay en la silla: «Agradezco a mis enemigos la energía que descubro en mí. Nunca hubiera deseado tenerlos. Prefiero que la gente me quiera. Pero, de no contar con la enemistad de algunas personas, con el diamante hiriente que rayan sobre mi piel, ahora sería una piedra de cal común que descansa al sol en el lecho de un antiguo arroyo. Sin embargo, después del dolor de las palabras lacerantes (y aun vejatorias), la geoda se ha abierto y he descubierto las amatistas, calcedonias, ágatas y calcitas que conviven en mi interior; los cuarzos diseminan turquesa y añil por la superficie; las iridiscencias blancas me llenan de atractivo; el negro me anuncia fuerzas y reinos ocultos. Pocas sensaciones tengo por más placenteras que el perdón que extiendo sobre ellos».
Me levanto de la mesa donde he estado en la cafetería, pues la barra estaba ocupada cuando he llegado, y le pregunto a la Camarera si recuerda quién ha habido en aquel lugar. Me dice que una mujer morena, de mediana edad, y que le ha sorprendido la viveza de su rostro al acercarse a pagar. No le doy más explicaciones, pues esta mañana está muy animado el local. «Ya te comento en otro momento».

Salgo al vientecillo fresco de esta mañana de escarcha en la que el agua de la fuente del paseo se ha helado. Es el solsticio de invierno.

3 comentarios:

  1. Seguramente el perdón sea como ese arcoiris flamante.

    Gracias.

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  2. Es posible que sea como indicas, Anónimo.

    Dichosas Fiestas.

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  3. A algunos, la constante pugna con el entorno les vuelve de acero forjado; qué agotador. A otros, el exterior les cincela con toda facilidad según una horma convencional; qué descanso.

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