lunes, 14 de junio de 2010

Historias de vino y chicharros en la carpintería

En la niñez, cuando por la tarde salíamos de escuela (en nuestro pueblo de tierras del Moncayo soriano), solíamos quedarnos en la carpintería de casa mientras merendábamos la rebanada de pan con una onza de chocolate o (un día a la semana) empapada de vino tinto y espolvoreada con azúcar –¿qué dice la dietética moderna de aquella gollería?–. Allí escuchábamos lo que hablaban los hombres: hay buen tempero para sembrar, parece que el trigo ya quiere asomar, esta nevada viene muy bien para que no se hiele el nacido, pues en la mili había un sargento más malo que la quina… Al contrario de lo que pueda parecer, no era frecuente el criticar a nadie, pues al haber gente de varias casas siempre se tenía alguna relación de parentesco o vecindad con todo el mundo.

Pero la tertulia no siempre era previsible. Había días en que se contaban historias o anécdotas del pasado; así, la de aquel vecino que hablaba de cuando su abuelo arriero iba andando a San Sebastián a por chicharros frescos, llevando hacia allí aceite, en una caballería con serones; salía desde Castilruiz antes de clarear el día y se juntaba en la venta del Pontón de Ágreda con otro de ese pueblo para emprender el camino hacia el norte; lo que hoy son carreteras y caminos, entonces eran sendas o barranqueras por las que ni siquiera podía circular un carro; lo hacían en tiempo de invierno, claro, de noviembre a abril, pues no existían entonces vehículos frigoríficos que resguardaran mercancía tan fungible; empleaban un mes en cada viaje, siempre en compañía, con la navaja dentro de la faja, para sortear los peligros de las bandas que podían asaltarte en montes y caminos; con ojo avizor en las ventas donde pernoctaban, no fuera que les aligeraran la carga o les vaciaran la faltriquera.

Apenas había tebeos en el pueblo por aquellos años, pero no nos faltaban historias que contar cuando nos resguardábamos del frío, pasamontañas calado, en algún pajar ni fantasías a las que recurrir cuando nos poníamos la bota de agua caliente en los pies entre las heladas sábanas.

4 comentarios:

  1. Este fin de semana estuve en Peñafiel, donde hay un pequeño museo en el que mediante una ruta teatralizada te enseñan cómo se vivía principios del siglo XX. Historias no tan lejanas pero que hoy apenas podemos creer.

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  2. La verdad es que ha cambiado la vida sustancialmente.

    No conozco ese museo de Peñafiel. Es un pueblo que ha sido demasiado mutilado por el "progreso". No está mal que se dediquen a recuperar algunas cosas.

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  3. En los pueblos ha sido, quizás, dónde más se haya mantenido la tradición oral, aunque con tanta tecnología se haya perdido y es una pena, porque yo recuerdo a mi abuelo contándonos mientras cenábamos, porque en las comidas siempre se quitaba la tv, todo tipo de historias de cuando era jóvene, me encantaban

    Y aquellos días en los que todavía vivía en el pueblo cuando se iba la luz y mis padres nos contaban historias, jugábamos a las cartas y hacían bromas,
    que nostalgia por Dios

    Yo de Peñafiel suena muy bien

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  4. Bueno, Nadia. Menudas noches cuando se iba la luz y arreciaba la tormenta.

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